Desde los primeros cursos de carrera, compaginaba sus estudios de Filosofía con una gran preocupación por los más necesitados. Ya licenciado, puso un gran empeño en sacar adelante una pequeña ONG: SUI (Solidaridad Universitaria Internacional) para atender a niños de zonas marginales; niños de etnia gitana que vivían en poblados de chabolas de las afueras de Madrid o de naciones como Guatemala o México.
En Sui participaban varios cientos de chicas y chicos universitarios, en distintos proyectos de ayuda social a veinticinco focos de marginación en Madrid, los más conflictivos: entre ellos la Celsa, la Quinta, el Pozo del Huevo, las Cárcavas, los Berrocales, la Quinta, el Cañaveral, Roquetas -el mal llamado Bronx-, Torregrosa, la Jungla, etc. Su actividad beneficiaba a unas tres mil personas, que sufrían las consecuencias de la marginación, el abandono y la falta de integración, como los emigrantes, enfermos y discapacitados.
Los voluntarios, con el alento de Vicente, de ocupaban también de enfermos de SIDA, inmigrantes y niños a los que se había quitado la patria potestad por abandono, malos tratos o criminalidad.
Estas chicas y chicos se enfrentaban a distintos problemas: los asentamientos chabolistas presentaban un problema esencialmente ético-cultural, porque se habían convertido en drogochabolarios; los inmigrantes padecían -y padecen- sobre todo pobreza material; mientras los niños separados de la patria potestad de sus padres por malos tratos y otros abusos, sufrían secuelas psico-emocionales, que degeneran con frecuencia en una desmotivación crónica”.
Vicente fue durante casi una década el alma de Sui, inspirado en la doctrina social de la Iglesia y en las enseñanzas en este ámbito del entonces Beato Josemaría Escrivá.
Cuando algunas de las familias que vivían en barrios marginales fueron trasladadas a un nuevo edificio, llamado “El Ruedo”, dentro de la ciudad, Vicente siguió acudiendo allí, con un grupo de amigos suyos, para que no se perdiese el trato con esos muchachos. Hablaba con ellos y procuraba que recibiesen clases de apoyo escolar.
La tarea era difícil: no disponían de ningún local y tanto la catequesis como las clases se daban en plena calle. Sin embargo, fue conociendo con tenacidad y constancia a las familias de esos chicos, hasta que logró organizar charlas de formación familiar para sus padres y madres.